Por segundo año consecutivo he tenido la alegría de comenzar el Adviento acompañando, en los ejercicios espirituales, a las monjas benedictinas de la Fuensanta, una comunidad orante y alegre, que cuida con mimo el santuario de la patrona de Murcia.
La comunidad, una fundación de las benedictinas de Alba de Tormes, ha empezado una nueva etapa en su historia, ya que después de 20 años de abadiato de la Madre Abadesa Pilar Gómez de Liaño, hace unas semanas la Abadesa Federal nombró como nueva superiora, a Sor Mª del Carmen Reales, que será la Priora Administradora de este monasterio. Sor Mª del Carmen, una mujer joven nacida en Caravaca, monja sencilla y emprendedora, servicial y abnegada, será la que, con la ayuda de Dios y la colaboración de sus hermanas, conducirá esta comunidad que peregrina en la Iglesia de Cartagena-Murcia.
En medio de la Vega murciana, y sobre una pequeña colina, la Fuensanta es (con estas mujeres consagradas a Dios y solícitas por los huéspedes y los peregrinos) un lugar de acogida y de oración, de esperanza y de alegría, de comunión, de perdón y de paz.
Estas once benedictinas que forman la comunidad de la Fuensanta, son mujeres con ojos que saben mirar con dulzura, (con la misma dulzura que los dulces que elaboran) con comprensión y con compasión, a todos los que se acercan y acogen en el cenobio.
Estas monjas tienen unos oídos atentos para escuchar las palabras, los gemidos y los anhelos de los que sufren.
Y sus pies, ligeros, solícitos y diligentes, hacen de ellas unas mujeres cercanas y acogedoras de todos los que tienen el corazón herido, ya que comparten con los necesitados que llaman a las puertas del monasterio, todo lo que tienen. De hecho, los alimentos que las benedictinas reciben de "Jesús abandonado", estas monjas los reparten con generosidad a los que más lo necesitan.
Las benedictinas de la Fuensanta saben acoger con simpatía, ternura y afabilidad, a todos los desvalidos, para sanar con un gesto o una palabra, a aquellos que sufren. Como también saber acoger con amor a los sacerdotes que suben a la Fuensanta a hacer sus reuniones.
Las manos de estas monjas, siempre abiertas, son expresión de un corazón grande y entrañable, que sabe compartir los problemas y el dolor de sus vecinos, de sus amigos e incluso de los extraños. Y la fe de estas mujeres, una fe sencilla y a la vez profunda, hace de sus vidas un servicio a la Buena Nueva. Por eso la vida de estas consagradas es una vida alegre, como pide el papa Francisco a todos los que seguimos a Jesús en la vida religiosa. Y es por eso también, que todos los que se acercan a ellas, pueden descubrir en este monasterio las huellas del Dios de la misericordia y de la bondad.
En las benedictinas de la Fuensanta descubrimos una Iglesia fraterna, humilde i servicial, ejemplo de la familia de Dios, e icono de la ternura y de la comunión de la Trinidad.
Cuando en estos días que he compartido con ellas cantábamos el canto de Maitines: "Mirad las estrellas fulgentes brillar, sus luces anuncian que Dios ahí está", pensaba que, sin tergiversar el sentido litúrgico de este himno, podríamos cambiar la palabra "estrellas" por "monjas", ya que estas consagradas, con su vida, también brillan desde la Fuensanta. Y con su oración y su testimonio, son luces que anuncian a todos los que viven en la noche de nuestro mundo, que "Dios ahí está".
Las benedictinas, que, desde el amanecer al anochecer sirven "al Señor con alegría"(Ps 99:4), con su oración y su trabajo, "preparan caminos por donde vendrá" el Niño Dios que todos esperamos.
Y si el himno de Maitines nos invitaba a abrir "los corazones, hermanos, cantad, que vuestra esperanza cumplida será", estas monjas, con su vida, nos hacen descubrir la belleza y la bondad de la comunión fraterna, que nos lleva a esa esperanza del Dios-con-nosotros.
Subir a la Fuensanta es encontrarse con unas monjas amables y afables, que siembran semillas de esperanza y de paz y que en su oración llevan nuestro mundo a Dios.
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