Los monjes de Valvanera, fieles a la alabanza a Dios desde hace más de diez siglos
"Los monjes de Valvanera buscan, sirven y aman a Dios, presente en la hermosura de la naturaleza y en cada hermano que se acerca a este cenobio
Fue este versículo del salmo 148, el que me vino a la memoria cuando el pasado 13 de junio subí por primera vez a Valvanera, el monasterio benedictino de la Rioja, donde los monjes, como hombres consagrados a la oración y a la acogida de huéspedes y de peregrinos, permanecen fieles a la alabanza a Dios, desde hace más de diez siglos.
Mi visita a Valvanera, del 13 al 21 de junio, fue para dar un curso intensivo de Historia del Monacato, concretamente sobre los grandes restauradores de la vida monástica de finales del siglo XIX i principios del XX. Así, los novicios y profesos temporales benedictinos de este y de otros monasterios, se reunieron para este curso de formación, en este lugar privilegiado, donde la naturaleza nos habla de Dios.
Son más de diez, los siglos que los monjes de Valvanera, ahora con el prior Jesús Martínez de Toda, permanecen en este monasterio, evangelizando nuestra sociedad por medio del trabajo y del silencio, de la acogida de peregrinos y de la oración. Y es así como, testigos de reconciliación, de paz y de comunión fraterna, los monjes de Valvanera hacen de este cenobio, un lugar de contacto con Dios.
Siguiendo la oración litúrgica y la lectio, los monjes, como hombres de esperanza, continúan, hoy como ayer, su misión de ser en la Iglesia la presencia orante, aquí, en torno a la Virgen de Valvanera.
Y es que el monacato, como ha dicho la hermana Mª Pilar Avellaneda, monja del monasterio de Las Huelgas, "es experiencia de espera y de oración, misión escondida de escucha y de adoración, pero eficaz y fructífera, ya que aporta vida y serenidad a todo al que se acerca al claustro".
Los días pasados en Valvanera, impartí a los monjes jóvenes, el curso sobre los grandes restauradores monásticos, desde Don Guéranger a Don Marmion, pasando por Odo Casel y Don Beuadin, hasta entrar en la vida y la espiritualidad de Thomas Merton. El estudio de la Espiritualidad Monástica de estos "gigantes" del monacato, también nos permitió ver la unidad que existe entre la vida monástica y la creación, entre la belleza de la liturgia y la de la naturaleza. Y es que mirando este marco incomparable que es el valle de las Venas, lleno de hayas, encinas, robles y pinos, podemos admirar la belleza de la creación.
Esta presencia orante de los monjes de Valvanera, desde el prior Jesús, a los más jóvenes de la comunidad, pasando por el hermano Ángel, el más anciano de todos ellos, nos invitaba a cantar "al Señor un canto nuevo porque ha hecho maravillas" (Ps 97:1) Y es que la belleza y el esplendor de la montaña, vestida de hayas, robles, encinas y pinos, con el murmullo transparente del río Valvanera, hacen de este monasterio benedictino, un lugar de paz, donde "las colinas se ciñen de alegría" (Ps 64:13)
Y por eso los monjes y los peregrinos hacen la experiencia de la contemplación, que no es solo recuperar el silencio de las cosas, sino mucho más. Es descubrir en el interior de este silencio, las huellas del Dios amor, que nos fascina y nos cautiva con su belleza. Así lo cuenta este apotegma de los padres del desierto
Habla de un peregrino que encontró a un monje que estaba sacando agua del pozo, y le dijo: ¿Qué aprendes en tu vida de silencio? El monje le contestó: Mira al fondo del pozo. ¿Qué ves? El caminante le volvió a decir: Solo veo un poco de agua. El monje insistió al peregrino: Contempla el silencio del cielo y de las montañas que hay alrededor del monasterio. Después de esto, el monje le dijo: Ahora vuelve a mirar dentro del pozo i dime qué ves. El caminante respondió: Ahora veo mi rostro que se refleja en la superficie del agua. Y el monje le contestó: Eso es, hermano mío, lo que yo aprendo en mi vida de silencio. Comencé reconociendo mi rostro reflejado en el fondo del pozo, siempre que venía a sacar agua. Después, lentamente, fui descubriendo lo que hay más abajo de la superficie del agua, hasta ver las algas que crecen en el fondo del pozo. Y en los días en los que la luz del sol lo permite, y el agua es especialmente cristalina, llego a ver también las piedras del fondo, y hasta los restos de un cántaro roto y olvidado, que cayó hace mucho tiempo. El monje siguió así: Me preguntabas ¿qué aprendo del silencio? Esta es mi respuesta: quiero descubrir la profundidad de mi alma, el rincón más profundo de mi corazón y de mi propia vida. Vine al monasterio buscando a Dios, porque sabía que el me envolvía con su presencia. Y cada día veo con más claridad, que Dios también está en lo más profundo del pozo, como alguien que da sentido, luz y vida a todos los que miran el interior de su propio pozo, con el deseo de buscarlo.
Es así como los monjes de Valvanera buscan, sirven y aman a Dios, presente en la hermosura de la naturaleza y en cada hermano que se acerca a este cenobio. Presente también en los signos de los panales de miel, la fuente santa y el roble, así como en la acogida fraterna de huéspedes y de peregrinos.
Custodios de la santa imagen de la patrona de la Rioja, los monjes, como centinelas en la noche, como centinelas de la esperanza, junto a los peregrinos, entonan con fervor un canto filial: "Virgen que en roble estáis/ con panal y fuente pura/ firmeza, gracia y dulzura/ en Valvanera nos dais".
En Valvanera, con su marco de belleza incomparable, se hace realidad ese fragmento del himno de sexta que dice: "El árbol toma cuerpo y el agua melodía", y a la vez, sus montañas son, como diría Martín Descalzo, "montes hechos para ser acariciados por la mirada".
El precioso comentario a la Regla Benedictina del siglo X, escrito por el abad Smaragdo, que nos enseñó el P. Jesús, prior del monasterio, es como un signo que une en Valvanera, el pasado con el presente, el ayer con el hoy, la tradición con la modernidad, en la fidelidad de estos monjes a Dios.