La reciente muerte de Adolfo Suárez, nos recuerda el paralelismo que existe entre el primer presidente de un gobierno democrático después de la dictadura y el cardenal Tarancón, el cardenal de la Transición y de la reconciliación.
Tarancón y Suárez fueron dos personas que, proviniendo de círculos conservadores, y miembros del "aparato", uno del "movimiento" y el otro del nacionalcatolicismo, supieron evolucionar, convirtiéndose así en protagonistas de excepción, durante la Transición del franquismo a la democracia.
También la muerte, primero de la Tarancón y ahora de Suárez, ha unido a los dos personajes, ya que los medios de comunicación se han llenado de elogios, muchos de los cuales provienen de los que en vida atacaron a Suárez y a Tarancón. Porque, tanto el cardenal valenciano como Adolfo Suárez, hubieron de soportar dificultades y contratiempos, tanto desde el gobierno (y de su partido, la UCD) en el caso de Adolfo Suárez o desde diversos sectores la Iglesia, por parte de Tarancón.
Los dos pasaron de ser miembros del "establisment", a apostar por la reforma, uno en la Iglesia y el otro en la política. Uno, obispo del nacionalcatolicismo, la elección del cual aprobó Franco, ya que el dictador tenía el privilegio de presentación de obispos ante el Vaticano. El otro, gobernador civil y Ministro Secretario General del Movimiento.
Si la pastoral de Tarancón, "El pan nuestro de cada día", puso al obispo de Solsona en el punto de mira del Gobierno y también de cierta parte de un episcopado franquista, que calificaba el texto de imprudente, tanto por el tono como por su contenido, Adolfo Suárez también soportó las suspicacias de los miembros más inmovilistas del Régimen, en su intento de reforma política. De hecho, su dimisión como presidente del Gobierno, en 1981, fue debida a luchas internas en el seno de la UCD.
Años después, en el Concilio, Tarancón se identificó con las teorías renovadoras de Montini, enfrente de las actitudes cerradas de los obispos más conservadores, la mayoría de ellos, españoles. También Suárez supo alinearse con Fernández Miranda y los renovadores del Régimen, para "liquidar" el Movimiento, obligado en gran parte por las aspiraciones democráticas y los partidos de la oposición, apostando así por la democratización del Estado y la legalización de los partidos políticos. Y es que si bien Suárez, durante el franquismo, no se distinguió por la lucha democrática, sí supo aprovechar la coyuntura y, con decisión, apostó por la reforma política.
Por lo que se refiere a las dificultades internas, Taracón tuvo la oposición de la conservadora Hermandad de Sacerdotal, de políticos, mayoritariamente "piadosos católicos", y de ciertos obispos, que consideraban al cardenal valenciano demasiado avanzado. También fue atacado por el franquismo, que llegó a prohibir la Asamblea Cristiana de Vallecas, en 1975, y ya antes se tuvo que enfrentar al Gobierno de Franco por el caso Añoveros.
No hace falta decir que Tarancón fue el objetivo de la extrema derecha, que lo quería "al paredón". També Suárez tuvo en contra el sector más duro y más intransigente del Movimiento, cuando presentó el Proyecto de Reforma Política, que acabó con las Cortes franquistas.
Si Tarancón hablaba de crear "estructuras adecuadas, para superar los efectos de la guerra civil, que dividió a los ciudadanos en vencedores y en vencidos", Suárez, desde la concordia y la conciliación, defendía un futuro "que no está escrito, porque solo el pueblo puede escribirlo". Por eso Tarancón y Suárez han sido dos hombres decisivos en la renovación de la Iglesia y del Estado.
En el momento actual, esperemos que el nuevo presidente de la CEE, el obispo Ricardo Blázquez, recupere para la Iglesia española el espíritu "taranconiano" de dialogo y de no confrontación, para tender puentes de entendimiento con la sociedad. Más difícil es el caso de Mariano Rajoy, que por su falta de obertura y de visión política, está muy lejos de ser un nuevo Suárez.