dilluns, 30 de març del 2020

"Esta cuarentena no está alterando excesivamente la vida de los monasterios (RELIGIÓN DIGITAL, 26/03/2020)

Este año la Cuaresma, en nuestro camino hacia la Pascua, nos invita a una cuarentena forzosa debido a la pandemia provocada por el Covid-19.
El tiempo litúrgico de Cuaresma nos lleva durante cuarenta días a caminar (como el pueblo de Israel en el desierto) hasta llegar al gozo de la Pascua. Son cuarenta días en los cuales la Iglesia se deja renovar gracias a la Palabra de Dios, que va guiando a la comunidad cristiana a esperar la santa Pascua, como nos dice San Benito en el capítulo 49 de la Regla. Pero este año esta Cuaresma se ve acompañada por una cuarentena real, no meramente simbólica. Lo que sí que es cierto es que en esta Cuaresma, debido a la cuarentena por el Covid-19, todos estamos invitados vivir en una estabilidad, ya que si estamos confinados en casa y evitamos las salidas innecesarias, no propagaremos más esta infección.
San Benito, en su Regla para los monjes, nos habla diversas veces sobre la importancia de la estabilidad monástica, ya que el padre de occidente quiere que los monjes vivan en el monasterio, que él llama “escuela del servicio divino” (Prólogo, 45). San Benito desea tanto que el monje viva en la estabilidad del cenobio, que al final del prólogo anima al monje a perseverar en su vocación “en el monasterio hasta la muerte” (Prólogo, 50).
San Benito comienza la Regla hablando de los diferentes tipos de monjes, para centrarse en los cenobitas que “viven en un monasterio” (RB 1:2), en contraposición a los giróvagos “siempre vagabundos, nunca estables” (RB 1:11), que el patriarca de occidente detesta, precisamente por su falta de estabilidad. Por eso San Benito insiste de nuevo en este aspecto, cuando en el capítulo 4 establece cuál ha de ser el hábitat natural de los monjes: “El taller donde debemos practicar con diligencia todas estas cosas, es el recinto del monasterio y la estabilidad de la comunidad” (RB 4:77).
No es que San Benito piense en el monasterio como una cárcel de la cual nadie pueda salir, ni mucho menos. Él sabe que a veces es preciso que el monje salga del monasterio, como está previsto en el capítulo 50, que trata precisamente sobre “los hermanos que trabajan lejos del oratorio o que están de viaje”. Por eso la Regla ya tiene previstas diversas opciones para los monjes “que salen de viaje” (RB 55:13). Y por eso mismo, San Benito dedica el capítulo 57 a “los hermanos que salen de viaje”. Y en el capítulo 58, sobre la manera de admitir en el monasterio a los que quieren ser monjes, San Benito pide a los candidatos (por dos veces) que prometan “perseverar en la estabilidad” (RB 58:9) y que el monje “prometa su estabilidad” (RB 58:17).
Lo que San Benito tiene en mente es un monasterio que sea una familia donde se viva en común. Por eso en el capítulo 66, la Regla establece el ideal de cómo ha de ser el cenobio: “Si es posible, debe construirse el monasterio de modo que tenga todo lo necesario, esto es, agua, molino, huerta, y que las diversas artes se ejerzan dentro del monasterio”, con el objetivo de que “los monjes no tengan necesidad de andar fuera, porqué esto no conviene en modo alguno a sus almas” (RB 66:6).
San Benito pretende que los monjes convivan en un mismo espacio para que estén enraizados en el cenobio y no que vayan de un lado a otro como los giróvagos. Por todo ello, esta cuarentena no está alterando excesivamente la vida de los monasterios, aunque tomamos las medidas de prevención para evitar el contagio. Así, nos levantamos a la misma hora de siempre y las campanas continúan congregándonos a la oración de la liturgia de las horas y a la eucaristía. También seguimos trabajando, barriendo el claustro y limpiando las otras dependencias del cenobio y compartiendo fraternalmente las comidas en el refectorio, con la lectura, aunque sin huéspedes.
Hace unos días el P. Guillermo Arboleda, abad presidente de la Congregación Sublacense-Casinesa, dirigió a los monjes una carta con motivo de la fiesta de la muerte de San Benito, el 21 de marzo. El abad Guillermo nos invitaba a aprovechar la amenaza del Covid-19, para ser “más solidarios con los hermanos y hermanas que viven como estado permanente, la amenaza a sus vidas”. La experiencia en Roma del abad Guillermo es semejante a la que vivimos todos nosotros: “La clausura que la situación de emergencias nos impone, al menos aquí en Italia, es una experiencia especial que va generando ecos muy valiosos”.
El abad Guillermo subrayaba en estos días aciagos, un hecho trascendente, aunque a veces pase desapercibido: “Lo más interesante es lo que puede estar sucediendo en el interior de cada casa, en cada familia”. Como acertadamente destacaba el abad Guillermo, “es a partir de esta experiencia de confinamiento, que ya se comparten reflexiones muy ricas, que hablan, sobre todo, del redescubrimiento del gozo de estar juntos en casa, de volver a compartir la mesa, reunidos a la misma hora”.
El abad de Poblet
El abad de Poblet
En este tiempo que vivimos, de dispersión e individualismo, con resentimientos, odios y divisiones en el seno de las familias, donde la lucha por el poder está a la orden del día, hasta el punto que llegamos a justificar medios inmorales para llegar a los fines deseados, este tiempo de cuarentena nos ha de ayudar a ver a los demás de otra manera. En primer lugar hemos de ser conscientes de nuestra fragilidad, ya que un simple virus es capaz de alterar y mucho, tanto el ritmo de vida de la sociedad, como de paralizar el mundo. Cuando hemos creído que el hombre es el centro del universo, un virus desestabiliza nuestra vida, la economía y la sanidad.
Por eso desde la humildad, hemos de evitar descalificaciones de unos a otros, sin señalar con el dedo acusador a los demás y sobretodo evitando desechar al hermano y destruir su dignidad. Durante este tiempo de cuarentena, hemos de aprender a renunciar a las rutinas de las prisas y del malgenio. Hemos de renunciar a las caras de enfadados que tenemos, hemos de derribar muros de prejuicios y de desconfianzas, para abrir caminos de diálogo. Hemos de redescubrir el valor de la confianza y también del silencio y de la oración.
En esta carta, el abad Guillermo nos invitaba a ver con una mirada nueva, al “vecino que por tanto tiempo ha sido indiferente” y también a vivir “la gratuidad como actitud que cualifica el encuentro con los otros, sin afanes mezquinos ni intereses egoístas”.
Las personas que están confinadas en esta cuarentena, han de descubrir la alegría de permanecer juntas, ayudándose mutuamente y haciéndose cargo de los más frágiles y vulnerables. También las comunidades cristianas han de redescubrir la fraternidad en estos momentos cruciales, una fraternidad que enfortece nuestra fe, ahora que muchos no pueden celebrar la Eucaristía en sus parroquias. Y como no, los monasterios de monjes y de monjas hemos de ver este tiempo de cuarentena, como una oportunidad para vivir con generosidad nuestra vocación.
El abad Guillermo nos deseaba una cosa muy importante para esta cuarentena y para cuando se acabe: “Ojalá nos ayude también a consolidar nuestra estabilidad en la comunidad, es decir, a redescubrir, agradecidos, el gozo de estar juntos” (y unidos, añado yo), para así “valorar como un don precioso del Padre, la comunidad a la cual nos ha unido el Señor por nuestra profesión monástica”. Así podremos vivir “con verdadero entusiasmo los momentos de encuentro comunitario, en los cuales se manifiesta y consolida la comunión fraterna, que es obra del Espíritu que nos ha congregado”. Por eso la cuarentena, la Cuaresma y la estabilidad, como nos pide el abad Guillermo, ha de hacer que los monjes redescubramos “la comunidad como regalo del Señor”, como “el reencuentro con cada uno de los hermanos, con su singularidad irrepetible”, para hacer posible “el cuidado respetuoso y amoroso de cada unos de ellos”.
Monjas benedictinas de Oviedo
Monjas benedictinas de Oviedo
Esta cuarentena nos ha de ayudar a vivir de otra manera cuando se acabe el confinamiento. Si hemos sido capaces de permanecer juntos en las comidas o en el ocio, ¿por qué no dejamos de lado el individualismo, que llega hasta el límite de almorzar o cenar solos? ¿No podríamos reunirnos (siempre que podamos) para compartir las comidas y con la televisión apagada? Si hemos pasado juntos las sobremesas durante estas semanas, ¿por qué nos dispersamos y nos aislamos cada uno en su habitación?
Estos días han disminuido mucho los accidentes de circulación las madrugadas de los sábados y domingos, ya que las salas de fiestas y las discotecas están cerradas. ¿No habríamos de disminuir la “marcha” de los fines de semana, cuando hacemos de las noches, un torbellino trepidante?
También estos días de cuarentena se ha “disparado” el voluntariado, para ayudar a ancianos que viven solos y que no poden salir de casa, comprándoles alimentos o medicamentos, bajándoles las bolsas de la basura o llamándolos por teléfono para que se sientan acompañados. También por internet se han impulsado diversos proyectos para ayudar a los niños que no tienen colegio. Por otra parte, estos días la contaminación ha bajado mucho, debido a que los desplazamientos también han reducido. Y por eso mismo el planeta “respira” mejor estos días que hace unos meses. ¿No podríamos racionalizar los desplazamientos? ¿Es preciso coger un avión, cada dos por tres, para un viaje de placer? ¿No se están celebrando estos días reuniones por vía telemática? ¿No sería necesario que cuando se acabe el confinamiento, continuara la generosidad que estamos viendo ahora?
El sacrificio y la enorme solicitud y profesionalidad (y por eso mismo su gran ejemplo) de médicos, enfermeros, farmacéuticos, conductores de autobuses y trenes, taxistas, agricultores, personal de limpieza de calles y plazas y hospitales o tenderos, periodistas, religiosas y sacerdotes que están al pie de cañón, nos habría de ayudar a vivir con generosidad y solicitud con los más frágiles, desvalidos y vulnerables de la sociedad.
Monjas de Armenteira
Monjas de Armenteira
Ciertamente que los jóvenes, los matrimonios, los niños, no pueden vivir la estabilidad como la vivimos los monjes. Pero todos habríamos de aprender la lección que nos enseña esta cuarentena: generosidad con los miembros más vulnerables de las familias y con el planeta, austeridad y frugalidad en las comidas y en el ocio, empatía con los que sufren, saber compartir el tiempo con los que están solos, colaboración en las tareas de la casa (¿por qué siempre son las mujeres las que cargan con todo el trabajo?) y disponibilidad para ayudar en lo que haga falta.
Hace unos días unas monjas contemplativas decían: “Se puede vivir sin salir a la calle” (Religión Digital, 15 de marzo de 2020). No todos pueden vivir sin salir a la calle, pero sí que todos podemos cambiar los hábitos perniciosos de nuestra vida, haciéndola más saludable, más sostenible, más amable, más solidaria y más generosa. Los primeros beneficiados seríamos nosotros mismos.
Después de esta cuarentena no podemos continuar viviendo como si nada hubiese pasado, pisándonos los unos a los otros y destruyendo el planeta. Todavía estamos a tiempo para cambiar nuestros hábitos de vida y para conservar el mundo que el Señor nos ha dado. No para aprovecharnos de él, destruyéndolo, sino para convivir con él. Después de esta Cuaresma y de esta cuarentena, no podemos seguir viviendo igual que antes de febrero del 2020, como si no hubiese pasado nada. Hemos de aprender de todo lo que nos ha pasado y de todo lo que hemos vivido y sufrido, para ser artesanos de bondad, de belleza y de sostenibilidad.
El abad general del Císter, el P. Mauro-Giuseppe Lepori, con motivo de esta epidemia nos dice: “Dios entra en nuestras pruebas, las sufre con nosotros y por nosotros hasta la muerte en la cruz”. Por eso el abad Lepori nos recuerda que “el verdadero peligro que se cierne sobre la vida, no es la amenaza de muerte, sino la posibilidad de vivir sin sentido, de vivir sin tender hacía una plenitud mayor que la vida y una salvación mayor que la salud”.
Durante estos días muchas familias han perdido a sus seres queridos (la mayoría de ellos ancianos) por el Covid-19. Por eso esta cuarentena nos ha de hacer más sensibles con las personas mayores, que muchas veces viven solas y a las que solo valoramos cuando ya no las tenemos con nosotros.
Quiero terminar reconociendo que estabilidad y vida monástica no quieren decir aislamiento, sino comunión y fraternidad. Por eso mismo la Cuaresma y la cuarentena (forzosa o voluntaria) han de ser también comunión y fraternidad de todos y entre todos, para cambiar nuestro estilo de vida y vivir de una manera más harmónica, más saludable y más fraterna.
Monjes de Oseira

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