Esto es lo que pretendía hace unos años el gobierno del Sr. Rajoy con los refugiados. El PP quería introducir cambios en el artículo 318 bis del Código Penal, que imputaba como delito ayudar a personas inmigrantes en situación irregular. La reforma de este artículo pretendía castigar penalmente (con presión de hasta tres años) a los ciudadanos que ayudaran a personas de fuera de la Unión Europea, a entrar en el estado español. Este anteproyecto del PPcriminalizaba la solidaridad y la ayuda humanitaria.
No hace falta decir que estos cambios en el artículo 318 bis entraban en contradicción con el artículo del mismo Código Penal, en el cual se hace explícita la obligación de todas las personas a ayudar a los que se encuentran desamparados y en peligro. La reforma de este artículo también era incoherente con la Constitución Española y con los Tratados Internacionales de los Derechos Humanos (que el gobierno Rajoy se pasaba por el forro) como denunciaron en su momento, tanto Cáritas como Justicia y Paz.
Y es que la ayuda humanitaria y la solidaridad no pueden ser penalizadas, cuando esta asistencia está guiada por sentimientos de hospitalidad. Además, esta reforma era una perversión, una inmoralidad y una nueva forma de apartheid, precisamente contra aquellos que viven situaciones de vulnerabilidad. Pero al gobierno Rajoy (tan acostumbrado a misas y a procesiones) esto no le importaba.
Ahora se está reproduciendo la misma hostilidad hacia los refugiados en la frontera de Grecia con Turquía, que el PP pretendía legislar. La “civilizada” Europa habría de estar atenta a aquello que pedía el profeta Isaías: “Romper las cadenas injustas, dejar libres a los oprimidos, acoger a los pobres que no tienen casa” (Is 58:6) y también: “Si hay algún pobre, no endurezcas el corazón ni cierres la mano al hermano pobre; al contrario, abre las manos y préstale tanto como necesite”. Y el libro del Deuteronomio añade: “No hagas injusticias a los extranjeros” (Dt 24:17). Y el Levítico: “Cuando un extranjero resida contigo en vuestro país, no lo explotaréis. El extranjero que resida entre vosotros os será como uno de los vuestros y lo amarás como a ti mismo” (Lv 19:33-34).
Ante esta actitud de Europa, inmoral, insolidaria y antievangélica, hace falta reencontrar urgentemente unas relaciones más fraternas. Por eso el P. Josep Mª Soler, abad de Montserrat, ha pedido “una nueva cultura fundamentada en el humanismo, que vuelva a donar a la sociedad los valores que han sostenido y han hecho prosperar la dignidad de las persones y la convivencia verdaderamente democrática”. El trato que Europa está dando a los refugiados situados en la frontera de Grecia con Turquía, es vergonzosa. ¿Dónde está la humanidad que ha caracterizado al viejo continente durante tantos años?
Como a los fariseos, “amantes del dinero” y que “se mofaban de él”, también hoy Jesús interpela a los políticos y a los gobiernos de Europa: “Vosotros sois los que os hacéis pasar por justos delante de la gente, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es excelente entre los hombres, es detestable a los ojos de Dios” (Lc 16:14-15)
¿Será capaz Europa de defender la hospitalidad por encima de la hostilidad o por el contrario a hostilidad hundirá y ahogará la hospitalidad? ¿Seremos capaces de reproducir la parábola del buen samaritano, o bien seremos como el rico de la parábola que ignoraba al pobre Lázaro? ¿No se nos cae la cara de vergüenza cuando vemos a hombres, mujeres y niños en campos de refugiados que no son sino meros estercoleros? ¿Qué hemos hecho de la dignidad humana de estas personas, tratadas por los gobiernos europeos peor que si fuesen animales?
Todos habríamos de releer el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, ya que los refugiados pasan hambre y sed, están sin abrigo o enfermos, extranjeros, tratados inhumanamente, como apestados y además sufren el horror de verse despreciados (o ignorados) por la opulenta Europa que solo se mira a sí misma.
¿Hará falta recordar a los gobiernos europeos aquellas palabras proféticas del obispo Hélder Câmara, “El grito de los oprimidos, es la voz de Dios”? Por eso la situación de los refugiados que están en la frontera de Grecia con Turquía y también los que residen en los campos de “concentración” donde están internados, marca, como un termómetro, la humanidad de Europa. Y por lo que vemos estos días, Europa tiene una humanidad bajo cero.
Por eso las llagas de Cristo, 2000 años después, continúan abiertas en los refugiados, víctimas de la insensibilidad y del egoísmo de Europa, un continente “civilizado”, que mira con indiferencia el drama de hombres, mujeres y niños que sufren en su propia carne la pasión del Señor.
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