"El anhelo de los nuevos profesos benedictinos de Montserrat"
Josep M. Bausset: "Trenzar una historia de amor y de vida con Dios"
Hay una nueva manera de vivir, de hacer y de ser, no basada en el poder o el dominio
Este es el deseo del monje en darse a Dios. Este es el objetivo de los que en los monasterios se consagran a Dios. Esta es la actitud de aquel que, en el seguimiento de Jesús, en el silencio del claustro, quiere hacer de la propia vida, entrelazada con la del Maestro, una historia de amor. Es precisamente esta la actitud y el anhelo de los dos nuevos monjes profesos, que el 6 de agosto hicieron la profesión temporal en Montserrat.
El monje es aquel que, reconociendo la propia debilidad y su fragilidad, sabe confiar en el Dios que lo ha llamado a adentrarse en el camino de la vida monástica, para recibir de Cristo aquella alegría que llena su corazón, ya que se sabe amado por Dios. Y es que el amor, y solo el amor, está en el origen de la vida monástica, como un camino, como una aventura, como un éxodo que hace que el monje, saliendo de si mismo, camine, avance, corra, en la escuela del servicio del Señor, al lado de los hermanos que Dios le da, y a los cuales ha de saber acoger, amar y servir.
El monje, como los dos nuevos profesos temporales, Xavier y Jordi, es aquel que, con"un corazón y una mente abiertas a toda la humanidad", como remarcó el P. Abad Josep Mª Soler en la homilía del pasado día 6, intenta que su vida y su oración sean un servicio y un ministerio a favor de nuestro mundo. Es guiado por el Espíritu Santo, que el monje quiere ser testigo de fraternidad, artesano de comunión, sembrador de unidad, profeta de compasión, icono del amor Trinitario de Dios, servidor de la caridad y heraldo de esperanza. El monje, con su vida, que pone totalmente en manos de Dios, y a pesar de su propia pequeñez, es un hombre que sueña, porque se fía totalmente de aquel Dios que abre nuevos caminos allí donde aparentemente no había ninguna posibilidad de avanzar.
Bajo la acción del Espíritu Santo, y con el anhelo de buscar siempre el rostro de Dios, el monje se esfuerza por ser testigo del Reino en el silencio y en la oración, en la acogida y en el trabajo, en el estudio y en la lectio, rumiada y masticada, que va alimentando la propia vocación.
El monje es aquel que aprende cada día, a hacer suya, y a mostrar a los demás, la ternura de un Dios que es Padre. El monje es aquel que sabe mirar la creación con ojos confiados, como los de un niño, ya que sabe que nuestro mundo está como acunado por el amor de Dios. El monje también aprende a vivir, en la escuela del servicio del Señor, desde la libertad, que siempre es fruto de la misericordia. El monje sabe que la su vida, llena de la belleza de lo que es sencillo, ha de ser espejo de generosidad y de entrega.
Iluminado por la luz nueva de Pascua, el monje, como los dos jóvenes que profesaron el día 6, ha de aprender a ser humilde como las plantas del bosque, pequeñas y sencillas, y a la vez, llenas de fragancia y de belleza. El monje ha de saber ser un hombre acogedor como la sombra de un pinar o como el agua fresca que se ofrece generosamente a los caminantes cansados. El monje, configurándose a Cristo, ha de saber descubrir en la creación, en cada acontecimiento y en cada persona, el amor inmenso del Dios del consuelo y de la alegría, del Dios que no se cansa nunca de amar, del Dios que nos sostiene en nuestra debilidad y en nuestra tribulación, del Dios que abre nuevos horizontes y nuevas esperanzas.
Profesión en Montserrat
La profesión temporal de estos dos jóvenes, muestra a nuestro mundo que hay una nueva manera de vivir, una nueva manera de hacer y de ser, no basada en el poder o en el dominio de los otros, en el consumismo, en la mediocridad o en las mentiras. Por eso los dos jóvenes que se han consagrado a Dios como monjes de Montserrat, sensibles al sufrimiento y a la alegrías de los hermanos, con su opción de vida, nos ayudan a hacer de nuestra comunidad un espacio vivo, abierto y pasqual, confiado y pacífico, invadido por el gozo del Espíritu, para así trenzar una historia de amor y de vida.
Si como dijo el papa Francisco el pasado día 10, la puerta santa es la del encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios, los monjes hemos de hacer de los monasterios, signo de la misericordia de Dios y un encuentro de la ternura de Dios con la humanidad.
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