El día 13 de junio, el cardenal Antonio Cañizares anunció la celebración de un Sínodo Diocesano en la Iglesia de València. El cardenal quiere que esta asamblea de obispos, presbíteros, religiosos y religiosas y laicos y laicas, pueda servir para “impulsar entre nosotros el esperanzador programa de evangelización del papa Francisco”.
Cabe recordar que el último Sínodo celebrado en la diócesis de València, convocado por el arzobispo Miguel Roca, tuvo lugar entre el 1986 y 1987. Los trabajos preparatorios del Sínodo comenzaran, según dijo la web del arzobispado, el próximo mes de octubre. De esta manera, los cristianos del obispado de València podrán “fortalecer su identidad en la fe”, para de “reemprender con renovado entusiasmo y esperanza, el camino de una nueva evangelización, cada día más urgente”.
Cabe recordar que la Iglesia Valenciana, en su reto por evangelizar nuestra sociedad, inexplicablemente continúa marginando y excluyendo el valenciano (o catalán) en la liturgia. Y eso que el Plan Diocesano de Pastoral, celebrado en la catedral de València en octubre de 2016, aprobó en su resolución número 107, “fomentar el uso del valenciano en la liturgia, como cauce de evangelización enraizado en nuestra cultura, promoviendo la edición de los libros litúrgicos en valenciano”.
No sé si este Sínodo tendrá en cuenta la lengua de los valencianos, oficial en el País Valenciano. Lo dudo, ya que si, hace prácticamente tres años el Plan Diocesano aprobó “fomentar el uso del valenciano” y aun estamos igual, no creo que la Iglesia Valenciana tenga en cuenta la lengua de San Vicent Ferrer.
A los padres y madres sinodales de este Sínodo Diocesano de València, les iría bien hacer caso del papa Francisco, cuando en su viaje a Chiapas, el 15 de febrero de 2016, nos recordaba el trabajo pastoral del obispo Samuel Ruiz, defensor de la cultura de los indígenas. Y es que Méjico no tenía conciencia de identidad (como nos pasa a los valencianos) y además los indígenas fueron marginados y tratados como un apéndice molesto que se había de eliminar. La mirada homogenizadora de la conquista de América, no tuvo en cuenta las culturas autóctonas que los colonizadores españoles disolvieron.
Por eso cuando Samuel Ruiz llegó a Chiapas en 1959 como nuevo obispo, se encontró con una diócesis, San Cristóbal de las Casas, con un millón y medio de habitantes, de los cuales el 79% eren indígenas. Samuel Ruiz llegó a Chiapas con una mentalidad “conquistadora” y por eso pensó enseñar español a los habitantes de esta zona, porqué ¿cómo podía evangelizar Chiapas, si tenía como mínimo cinco lenguas derivadas de la antigua lengua maya?
Samuel Ruiz descubrió que sus predecesores en el episcopado también habían intentado (con poco éxito) enseñar el español a aquella gente. Y es que a menudo, la acción misionera había provocado la destrucción de las culturas indígenas, que habían sido pisoteadas, incluso desde punto de vista eclesial. Pero con el tiempo el obispo Samuel reconoció que al principio su encuentro con las lenguas indígenas fue un choque: “Yo veía las lenguas indígenas como un obstáculo para la evangelización”. Después comprendió que “cuando vas a un país, no puedes exigir, para comunicarte, que la gente del lugar hable tu lengua. Comprendí que era más sencillo que los agentes de pastoral aprendiesen las lenguas de los lugares donde trabajaban, en vez de pretender que la comunidad entera aprendiera la lengua española”.
Fui el Concilio Vaticano II, con el Decreto “Ad Gentes”, que hizo que el obispo Samuel entendiese el mundo indígena de una manera diferente, no asimilando la gente a la cultura española, sino respetando y valorando la dignidad de las culturas indígenas. En vez de imponer a los indígenas la cultura Occidental como único medio de expresión de la fe, el obispo Samuel se dio cuenta que había que respetar la identidad cultural de cada pueblo, realidad que desgraciadamente aún no han comprendido los obispos del País Valenciano y la mayoría de los presbíteros valencianos, que continúan marginando la lengua de los valencianos.
El obispo Samuel descubrió que para vivir la fe, no hacía falta desnudarse de la propia identidad y enjertar el cristianismo en el seno de una cultura extranjera. Así, gracias a los obispos africanos presentes en el Vaticano II, Samuel Ruiz entendió que era preciso respetar las culturas indígenas. Y es que el Concilio defendió que todas las culturas son el receptáculo de una presencia reveladora y salvadora de Dios. Por eso el obispo Samuel, con buen sentido común, cambió de actitud, y de dominador, se convirtió en defensor, ya que tuvo una gran sensibilidad por la condición indígena, defendiendo la presencia de la Iglesia en las comunidades indígenas y la supervivencia de sus culturas.
Si desde siglos la historia de América no fue sino un apéndice de la historia de la Iglesia europea, se comprende que la gente dominada no tuviese tampoco identidad propia, ya que se identificaba con la de los dominadores. El Vaticano II cambió la mirada del obispo Samuel, que fue descubriendo que las culturas se han de amar en ellas mismas, ya que están impregnadas de la presencia salvadora de Dios. Así, Samuel Ruiz emprendió el camino para construir una Iglesia autóctona, para demostrar que la encarnación en la cultura es siempre experiencia de Iglesia. De hecho, Jesús se encarnó en una cultura concreta, minoritaria y marginada. No se encarnó en la cultura dominante de los opresores, la latina, ni tampoco en la cultura griega. De aquí la importancia que el Vaticano II dio a la encarnación y a la inculturación de la Iglesia en todas las lenguas y en todas las culturas, sin excluir ninguna de ellas.
El cambio que experimentó el obispo Samuel por lo que se refiere a la defensa de las culturas indígenas, se observa en una anécdota que contaba él mismo: “Un día fui a una comunidad de Bachajón y me esforcé en hablar con dos hermanas indígenas. En ver la enorme dificultad que yo tenía para decir algunas palabras sencillas en su idioma, las dos mujeres se decían una a otra: “Este pobre obispo no sabe hablar”. Fue entonces cuando el catequista dijo al obispo: “Querido obispo, ¿no he hecho yo un gran esfuerzo para venir a ti y aprender a hablar en tu lengua? ¿Porqué no haces tú un esfuerzo para venir a mí y aprendes una poco de mi lengua?”. Así fue como los misioneros se animaron a aprender las lenguas indígenas, para practicar una evangelización adaptada a la cultura y por eso la diócesis de San Cristóbal publicó un catecismo en tzeltal y la traducción de la Biblia a las lenguas indígenas. Y cuando en 1974 se organizó un congreso sobre el V centenario del nacimiento de Fray Bartolomé de Las Casas, se hizo en las lenguas de los indígenas, con intérpretes que hablaban al menos cuatro lenguas (tzeltal, tzotzil, tojolabal i chol) además del español.
Conocedor de las lenguas mayas y amante de sus culturas, el obispo Samuel Ruiz fue un gran impulsor del movimiento por la dignidad de los indígenas de Chiapas y un pionero en la defensa de sus derechos.
El obispo Samuel Ruiz ayudó al pueblo a hacer una reflexión sobre el Reino de Dios, que propició un acercamiento a la fe de las comunidades indígenas, cosa que implicaba una acción en la historia para instaurar la justicia y la fraternidad. El obispo Samuel Ruiz fue un hombre que se dejó “convertir” por el Vaticano II y también por los indígenas, ya que comprendió que la primera acción de la Iglesia ha de ser acercarse a los hombres y a las mujeres y ver qué hace falta hacer para ayudarlos, para liberarlos de las cadenas que les aprisionan. El obispo Samuel comprendió, a la luz del Evangelio, que la prioridad de la Iglesia es su compromiso por estar al lado del hombre marginado por el poder, para así sacarlo de la opresión y ayudarlo a superar las injusticias que lo encadena.
El obispo Samuel en Chiapas, supo escuchar a la gente, acercarse a los que sufrían y amar y promover las lenguas indígenas en la Iglesia.
El Instrumentum Laboris para el Sínodo de la Amazonia, destaca la importancia del “camino hacia una Iglesia amazónica e indígena” (nº 115-117), con el objetivo de “promover las culturas y los derechos de los indígenas”, así como también “el valor de las culturas amazónicas” (nº 119). Finalmente este texto de trabajo para preparar el Sínodo, insiste en la “inculturación de la liturgia en los pueblos indígenas”.
Ante este reto de la Iglesia de la Amazonia, ¿la Iglesia Valenciana no se sienteinterpelada cuando, a diferencia de la Iglesia Amazónica, en vez de valorar la lengua de los valencianos, la desprecia?
Recientemente (Ara TV, 16 de mayo de 2019) el arzobispo de Tarragona, Joan Planellasdecía: “¿Quien puede renegar de su tierra? ¿De Cataluña, que tiene cultura, lengua y talante propios?”. Y afirmaba también una idea que los obispos valencianos habrían de tener en cuenta: “La Iglesia ha de afirmar este amor por la tierra en la que vives”.
Este Sínodo de la Iglesia de València habría de ser una buena ocasión para que el arzobispo Cañizares y sus obispos auxiliares (juntamente con los de las otras diócesis valencianas) aprobaran el Misal Valenciano (como pedía la resolución 107 del Plan Diocesano de octubre de 2016) para así hacer posible que la lengua de San Vicent Ferrer no quede, como hasta ahora, arrinconada y excluida de la liturgia y de la vida de la Iglesia valenciana.
Amén.
Amén.
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