Como cada cuarto domingo de Pascua, en el domingo llamado del Buen Pastor, el papa nos invita a rezar por las vocaciones. Y en este 2019, cuando celebramos la 56 jornada, se nos presenta como lema: “La valentía de arriesgar por la promesa de Dios”.
En su texto, el papa nos recuerda que “la llamada del Señor nos hace portadores de una promesa y nos pide la valentía de arriesgarnos con él y por él”. Se trata de vivir “la promesa y el riesgo de la llamada de los primeros discípulos en el lago de Galilea”. El papa nos presenta este pasaje del Evangelio (Mc 1:16-20) donde dos parejas de hermanos, pescadores los cuatro, Simón y Andrés por una parte y Santiago y Juan por la otra, tenían “días de pesca abundante y otras veces el trabajo de toda la noche no era suficiente para llenar las redes y volvían cansados y decepcionados”. Es lo que también nos pasa a nosotros en nuestro día a día: “A veces se obtiene una buena pesca y otras veces hay que armarse de valor para guiar la barca golpeada por las olas o hay que afrontar la frustración de verse con las redes vacías”.
Como en la historia de toda llamada, en el caso de los cuatro apóstoles “se produce un encuentro”, ya que “Jesús camina, ve a los pescadores y se acerca a ellos”. Es así como pasa en todas las vocaciones, tanto en el matrimonio como en la vida consagrada, cuando experimentamos “la sorpresa de un encuentro” y “donde percibimos la promesa de una alegría capaz de llenar nuestras vidas”.
Dios no se entromete, llama
Como nos dice el papa, “la llamada del Señor no es una intromisión de Dios en nuestra libertad”, ni tampoco “una jaula o un peso que nos carga encima”. La vocación es siempre “una iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto”.
El papa nos recuerda que “el Señor no quiere que nos resignemos a vivir pensando que no hay nada por lo que valga la pena comprometernos con pasión”. Y por eso “la vocación es una invitación a no quedarnos cerca del lago con las redes en la mano, sino a seguir a Jesús por el camino que él ha pensado para nosotros, para nuestra felicidad”.
De aquí que, con valentía y audacia, “hemos de dejar todo lo que nos mantenga amarrados a nuestra pequeña barca”. Por eso el papa nos pide “audacia para descubrir el proyecto que Dios tiene para nuestra vida”. Y cuando sintamos “la llamada a la vida consagrada o al presbiterado”, no nos hagamos los sordos, porque descubriremos un camino “que entusiasma y espanta al mismo tiempo”, ya que “no hay una alegría más grande que arriesgar la vida por el Señor”.
Dejarnos la piel
Por eso escuchar y acoger la llamada de Dios es un reto y un gozo, para aquellos que hemos tenido la gracia de ser llamados a seguir a Jesús incondicionalmente. De aquí que hemos de vivir nuestra vocación y nuestra entrega con autenticidad, dejándonos la piel y no de una manera “descafeinada”.
Los que hemos acogido la invitación de Jesús a seguirlo, hemos optado por dejar el sedentarismo, la comodidad, las riquezas y la mediocridad, para ir detrás del Señor. Porqué tenemos claro que la fuerza de la vocación radica solo en Jesús, que lo ha de ser todo para el consagrado. Como ha dicho el P. Octavi Vilà, abad de Poblet, “Si no hay fuerza viviendo la vocación, no habrá nuevas vocaciones y la vida religiosa será solo un refugio de los que buscan tranquilidad”. Y es que a Jesús, como dijo el papa en la Vigilia Pascual, “no se le conoce en los libros de historia sino que se le encuentra en la vida” y en los hermanos.
Los cristianos hemos de dejar de lado el catastrofismo y la nostalgia, para vivir enraizados en la alegría y en la esperanza. De hecho, es la alegría y la esperanza lo que buscan los jóvenes que quieren consagrarse al Señor. No el conformismo, la apatía, la rutina y el desánimo. Los consagrados hemos de caminar siempre hacía adelante, sin nostalgias, con paso decidido, sin vacilar, a pesar de las dudas y el cansancio.
Atentos a las necesidades de los otros
Los que hemos oído la llamada del Señor a seguirlo, hemos de ser hombres y mujeres que, capaces de servir en y con amor, vivamos atentos para atender a las necesidades de los otros y así respondamos con prontitud a aquello que se nos pida. Hemos de ser generosos para dar lo mejor de nosotros mismos, sin perder nunc la ilusión y el entusiasmo de la primera llamada, ni el sentido del humor, tan necesario para vivir. Hemos de saber comenzar cada día escuchándonos los unos a los otros, admirándonos de los dones de los hermanos y agradeciendo los que recibimos de los otros.
Finalmente, hemos de intentar dejar los malentendidos que se puedan presentar y ser capaces de superar obstáculos, aparentemente insuperables. Y es que solo profundizando cada día más la Palabra de Dios, viviremos nuestra vocación con entusiasmo y con esperanza, para de esta manera construir, o mejor todavía, reconstruir una Iglesia de servicio y no de poder.
Y es que como dijo en la 48 Semana Nacional para los Institutos de Vida Consagrada, Rosario Ríos, presidenta de la Confer, hemos de ser “hombres y mujeres de esperanza, que vivimos confiados, sin miedo, capaces de arriesgar” la vida por el Reino. Se trata de leer el Evangelio con ojos nuevos, intentando leer lo que de verdad dice y no lo que siempre se nos ha repetido, para de esta manera ser profetas de de comunión, hombres y mujeres capaces de soñar y de construir caminos de paz y de reconciliación.
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